Montecristi o Macondo
Primer ferrocarril, primer acueducto, primer
teléfono… ¿Quién diría que fuiste tan vanguardista? Montecristi fue una ciudad próspera,
que atraía gente no solo de Santo Domingo, Santiago, Puerto Plata y otras
comunidades, sino también a extranjeros (ingleses, franceses, españoles,
chinos, estadounidenses, sudamericanos e isleños de otras Antillas), por lo
cual funcionaban allí consulados de los países más importantes.
El puerto tenía tanta actividad que se
consideraba entre los tres primeros del país. Para aminorar las distancias
muchos moradores vivían junto al mar, en la hoy playa Juan de Bolaños, donde
existía un pueblo con sus calles, tiendas, billares etc.
La declinación económica de Montecristi comenzó
con la disminución de la demanda en Europa de las materias primas que se
exportaban desde allí para ser utilizadas en industrias textiles, y luego los
problemas derivados de la primera guerra mundial.
Viajar a Montecristi hoy es, en principio,
volver a encontrar los contrastes entre belleza y pobreza que vimos en el sur
profundo, pero aquí el trauma y las lecciones son mayores. Tanto, que en
realidad nos hacen volver a los 100 Años de Soledad de García Márquez y pensar en
Macondo ¿Cómo puede ser tan cruel el destino? ¿Cómo se puede olvidar así lo que
una vez fue más que relevante? ¿Cuáles son las lecciones de esta realidad?
La
belleza, cuando es auténtica, resplandece por encima de cualquier situación.
Los paisajes de Montecristi son la mejor prueba de ello. Arena blanca, mar azul
y unas rocas imponentes que están ahí como para recordar que hubo días mejores
y para decirnos que seguirán allí hasta que la prosperidad les vuelva a
visitar. Pero el difícil acceso a estos hermosos lugares por el mal estado de las
carreteras nos indica que esos días de gloria tardarán en llegar, si es que
recuerdan el camino.
El olvido se lee en los rostros de la gente que
todavía queda en la zona, en la desesperación de los nacionales haitianos que
han cruzado en busca de una vida mejor y en el deseo de salir de los más jóvenes.
La ciudad que fue pionera en tantos avances en el mundo comercial hoy carece de
una señal de modernidad tan básica en los negocios como es la capacidad de
utilizar dinero plástico (como vayas sin cash, estarás abandonado a la buena voluntad
de quien te quiera servir de gratis).
Se supone que la realidad siempre cambia para
mejor, que con el tiempo avanzamos, que todo fluye y la corriente de la vida
nos arrastra en un constante estado de bienestar. La historia de Montecristi
nos cuenta lo que pasa cuando el destino decide voltear el juego, nos aferramos
a lo que una vez funcionó y finalmente la opción es que no hay opciones. Cambió el modelo de negocio europeo pero la
exportación siguió la misma estrategia, llegaron los efectos de la primera
guerra mundial, pero nadie buscó las oportunidades que traen también estas
tragedias para poder sacarles provecho.
Ya los ferrocarriles no son necesarios, el
acueducto no está completamente adaptado a la nueva demanda y después del
internet el teléfono no aplica como signo distintivo de vanguardia. Pero
podemos ayudar a cambiar de nuevo la historia.
En cada uno de los ciudadanos hay capacidad de
recordar a las autoridades las áreas que han olvidado y una sencilla forma de
hacerlo es visitando las bellezas naturales que aguardan por nosotros en la
zona. Disfrutando con conciencia,
compartiendo los recuerdos de nuestras visitas y denunciando, cada uno a su
forma particular el olvido, la negligencia, la desesperanza.
La lección personal es reinventarnos con la
realidad para no morir en el olvido con las añoranzas de los días en que la
vida sonreía. La misión es recordar que en el noroeste hay vida y devolver la
esperanza a los comerciantes locales con las visitas y consumos en sus pequeños negocios. Para dejar devolver a
Macondo a las páginas del libro 😉
No dejen de visitar @P3rspectivas esta semana, para que disfruten el recorrido fotográfico de nuestro viaje.
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